I

El sonido del tren rozando los rieles es lo único que se escucha en el andén.  Con parsimonia, sin ningún tipo de prisa, como en el primer movimiento de una pieza de vals ejecutada por un bailarín del ballet de la Nena Coronil, Marcos se va acercando al borde que queda descubierto, cuando el carril muestra que la locomotora se ha marchado. Traspasa la raya amarilla y se sienta, batiendo lentamente sus piernas, mientras sus manos se empalman con el piso. Del otro lado de la estación, una señora se lleva las dos manos a la boca, como queriendo ahogar un grito. Una alarma estridente e intermitente comienza a sonar. Al fondo del túnel las luces anuncian la llegada del vagón. De pronto, el hombre se levanta y cuando todos creen que se va a lanzar para ser destrozado por el transporte, decide echar a correr hacia las escaleras que dan acceso a la calle. Salta tanto como puede y en solo instantes alcanza la vía sin que la seguridad interna pueda atraparlo.

 

II

Matilde lleva catorce días trabajando sin descanso. Está empleada como mucama en un renombrado hotel. Llega muy temprano a su empleo vestida con falda corta y una blusa ligera. Es menuda y su caminar agraciado la hace lucir atractiva. Vive a solo dos cuadras del hotel, en una pequeña habitación donde la cama pareciera luchar por el espacio con la pequeña estufa que usa para cocinar sus alimentos. Sus ocupaciones son múltiples en el hospedaje; primero debe ayudar en la cocina lavando los trastes sucios y limpiando mesas, luego tiene asignada la limpieza de un piso, con sus pasillos y habitaciones. Cada rato detiene un minuto su marcha para mirar en el celular la foto de su hijo a quien tuvo que dejar en su país de origen. Las imágenes del pequeño son el combustible que alimenta su cuerpo cansado por las duras faenas. El olor a sexo de las sábanas que cambia en las habitaciones, evoca esa otra vida que ya no tiene. Cuando comienza a ocultarse el sol camina de retorno a su morada esperando que su hijo quiera responderle la llamada.

 

III

Lanza tres cuchillos al aire que pasan uno a uno por sus manos antes de volver a volar. Su falda corta y su franela dejan ver los tatuajes que habitan su piel. Los labios pintados de carmín contrastan con su blanca tez y su pelo alborotado. Debe aprovechar el breve instante cuando el semáforo viste de rojo para captar la atención de los conductores. Justo diez segundos antes que el verde sea el color del tráfico, María se detiene y acerca a las ventanas de los autos; unos bajan el vidrio y le dan una moneda, otros la ignoran. La función se repite una y otra vez durante todo el día. Se debe reunir el dinero para pagar la habitación y llevar algo al estómago. Ella llegó a la ciudad hace seis meses y su única familia son los otros malabaristas que consigue en las calles.

 

IV

La calle 23 de noviembre queda a solo tres cuadras de la estación del metro. El ambiente es festivo como todos los viernes por la noche. Laura está sentada en el cafetín tomando un tinto que ya parece estar frio de tanto permanecer en la taza. Tiene veinticinco años, unas caderas prominentes y piernas de diosa de ébano. Su larga cabellera se desploma desde su cabeza hasta los muslos haciendo que todos quieran ver su rostro. Ella es consciente de la atracción que genera y mueve lentamente su rostro con aire de timidez. Su cara es una pieza de arte, conformada por sus claros ojos verdes y unos labios que invitan al deseo. Mira sin cesar el celular hasta que un mensaje por WhatsApp le hace observar con detenimiento alrededor. Una mano le saluda desde una camioneta Toyota modelo 2019 y ella responde rápidamente el saludo con una expresión corporal de … espérame. No ha pasado un minuto y el vehículo se marcha llevándose a la mujer.  Cinco horas más tarde ella regresa al sitio, con los zapatos entre las manos. Descalza espera el taxi que todas las noches la lleva a la habitación que comparte con su amiga de infancia. El hastío invade su rostro.

 

V

El olor a ropa húmeda es el aroma que le acompaña. Saca de su pantalón un pedazo de carne asada y se lo lleva a la boca. Me mira y sonríe como si nos conociéramos de siempre. Extiende su mano pidiendo el dinero que le es esquivo. Su mirada vuelve a encontrarse con el pavimento. Se acurruca y coloca las manos abrazando sus rodillas. Permanece así unos minutos y comienza a mecerse mientras tararea una melodía que solo él recuerda. La luz del farol de la calle ilumina su improvisada morada. Unas sábanas sucias y unos cartones son sus únicas propiedades. La gente pasa por la acera y trata de esquivar el lugar; la única que merodea sin pudor por el sitio es una paloma callejera quien come las migajas que le deja el hombre. Recuesta su cabeza sobre la pared y alza la mirada como si hiciera un inventario de constelaciones y cometas. El silencio invade la fría noche y el hombre que ahora se ve joven decide dormir en su rincón de la calle 23.

 

VI

Una luminaria de neón brilla intensamente y se hace una pequeña explosión. Las luces se van apagando en cada uno de los locales comerciales y los candados cerrando las rejas de seguridad dan cuenta del final de la jornada. La calle 23 es un lugar de comercios e historias opacas, no es un lugar residencial. A la media noche se convierte en una zona oscura y silenciosa, que solo el camión recolector de basura se atreve a invadir. Las cucarachas y los roedores se convierten en los transeúntes de la noche. La calle 23 toma aliento para volver a ser mañana, el lugar de las ilusiones revestidas de mercancías.

 

(Taller literario 2020)