La piedad es un sentimiento humano ante la adversidad del otro. En buena medida genera la sensación de colocarse en los zapatos del otro o la otra. No se trata del deseo de acompañar al ser ajeno en el infortunio como lo hacemos desde la solidaridad, sino de comprender, ser benévolo y tratar de ayudar para que su pena le sea lo más leve posible.

Ser revolucionario siempre implica dejar que emerja la piedad en los actos cotidianos, sin dejar por ello de entender y trabajar por un cambio radical, por una revolución política, económica y social que cambie drásticamente todas las injusticias y situaciones oprobiosas que causan la desgracia de los otros.

Como ser social vivo de manera respetuosa los actos de fe propios de la semana mayor. Incluso muchas veces llego a sentir envidia positiva por esa ingenuidad que hace que seres humanos se abandonen a la voluntad de una fuerza superior a ellos, a la cual llaman Dios. Mi mente racional y científica trata de entender, comprender y respetar ese sentimiento, que ocupa a no pocos.

Entonces trato de deducir su lógica y en consecuencia le hago seguimiento a las lecturas de fe, a algunos sermones y a sus textos sagrados. Encuentro de manera repetitiva una narrativa que enfrenta de manera irreductible a dos campos, los buenos versus los malos, los pecadores versus lo salvos.  Se habla de un salvador que entregó su sangre por la salvación de la humanidad, asediada ésta por el maligno quien dudó del padre e intenta confundir a los seres humanos.

Judas, Caín y Lucifer son algunos de los personajes a quienes corresponde el odioso papel de encarnar la maldad y el pecado. Cuando describen los actos de estos oscuros personajes no puedo evitar encontrar similitudes con mucha gente que conozco o que veo en papeles de dirección de la sociedad. A pesar de sus semejanzas con estos personajes oprobiosos, cuando mueren estos humanos de terrible comportamiento, tienen la oportunidad de que se les ofrezcan oficios religiosos, oraciones, cadenas por la salvación de sus almas. Se supone que, a la hora del juicio final ante el creador, cualquier testimonio u oración a su favor puede ser una atenuante de la pena. No importa lo desalmado que sea ese ser, siempre encontrará quien ruegue por su absolución.

Sin embargo, con Lucifer, Caín y Judas parece que la suerte ya está echada. Existe una prohibición de hecho, a pedir la salvación de sus almas, cuando llegue la hora del juicio final. Lucifer, representación del maligno, según cuenta alguna literatura religiosa, yace encadenado en el fondo de los mares hasta la hora de su juicio final, es decir, aún no ha sido condenado por el creador. Pero nadie se atreve a tener un poco de piedad con él, nadie reza por su salvación, nadie pide por la redención de su alma, por el contrario, yace en eterna soledad y abandono como una muestra diaria de la auténtica falta de piedad de la humanidad.