A propósito del Día de las Madres
Y Eva se despojó de las limitadas vestimentas que cubrían su hermosa figura y, en un ataque de pasión, le mostró a Adán su manzana sostenida entre las piernas. Adán sorprendido corrió a su encuentro. Juntos e inexpertos no encontraban que hacer, mientras sus ancestros, un par de bonobos comenzaron a mostrarles la cartografía del arte de amar. A tumbos, entre ensayos y errores, mas derrotas que victorias, ambos recorrieron palmo a palmo cada milímetro de sus pieles, hasta explotar en un volcán de aromas que siempre anticipa nuestras llegadas. Lo cierto es que desde los inicios, aún antes de Eva –aunque los pobres se encontraban perdidos y aislados en una selva llamada paraíso- la pasión suele preceder al hecho de la maternidad. Y aunque no nos guste reconocerlo, nuestras madres no son seres asexuados, por el contrario y por fortuna son seres apasionados; aunque el estereotipo de la castidad de María considere malas palabra el hablar de ello.
Y después de la pasión –las múltiples Eva- aprendieron a distinguir entre amor y deseo, preparándose para enseñarnos las diferencias entre uno y otro y, la eterna aspiración de hallar la fusión entre ambos. Por ello, de distintas maneras, con diversos lenguajes y conforme a las características de cada momento histórico, ellas nos abren las ventanas a los sentimientos, acompañándonos en la ruta del encuentro con el amor, desde la ternura, la solidaridad, el compañerismo, el deseo, la lucha, las resistencias ante lo injusto, para ser más que dos.
Al desear y ser plenamente, aún sin saberlo, comienzan a enseñarnos que el cuerpo es un espacio de liberación que desencadena todo su potencial con el placer auto consentido. Por ello, la lucha por la igualdad de género tiene un capítulo especial en el disfrute y el placer del cuerpo. Y al trabajar desde la praxis y la epistemología en la construcción de sociedades con igualdad de género, nuestras madres recrean para cada generación, el significado de la palabra amor.
El amor maternal que se expresa en la primera mirada nublada por las lágrimas sobre nuestro ser, desarrolla a la enésima potencia un sentimiento que hasta ese momento apenas había conocido: la protección. Y al protegernos no solo nos cuidan, sino que construyen en muestro imaginario un pequeño espejo de lo que ellas consideran es lo bueno, lo correcto, lo adecuado, lo sensato, lo precavido. Nuestras primeras construcciones mentales son en buena medida, un reflejo del ser de nuestras madres. Por ello, incluso cuando nuestras propias vidas nos llevan a separar algún cristal de ese espejo que refleja una imagen compartida de ellas con la nuestra, seguimos admirando hasta el último de nuestros días la luminosidad del fragmento que ya no está en nosotros.
Y llega el momento en el cual la protección le abre pasos a la emancipación. La emancipación no es otra cosa que la realización personal del proyecto de vida que nos diseñaron. El asumir el proyecto de vida que amorosamente nos diseñaron con el esfuerzo más acabado del ser que nos trajo al mundo, nos permite comenzar a recorrer de manera alegre, el encuentro con la realidad que poco a poco se convierte en otra fuente de aprendizaje y de tallado de nuestras conciencias.
Que hermosa experiencia la del acompañamiento de nuestras madres en el proceso de emancipación de nuestras vidas. Con que orgullo están a nuestro lado cuando asumimos los desafíos del colegio, la partida de futbol o ajedrez, la lectura de los primeros libros y hasta las novatadas del primer noviazgo. Suelen decirnos que debemos prepararnos para cuando ya no estén ellas, por ello se esmeran tanto que sus experiencias de vida alimenten nuestro caminar por el mundo.
Y llega ese momento, en el cual la realidad, la propia práctica social, la experiencia personal, se convierten en otras fuentes de aprendizaje. Y entonces, el contraste entre el ser emancipado y la nueva realidad suelen entrar en contradicción en muchas premisas, conceptos que se reelaboran y la teleología de nuestros renovados proyectos de vida. Es el momento de transformación de la emancipación en liberación. Es el largo instante en el cual decidimos ser y tener un proyecto de vida distinto o diferente, al del ser emancipado.
Y allí vemos a nuestras madres entrar en crisis cognitiva, pero a la par inundarse de alegría porque cada uno de nosotros comenzamos a romper el molde, para día a día reconstruir uno nuevo. A veces, la ruptura es de tal magnitud que pareciera que el reflejo del espejo construido por nuestras progenitoras tiene poco del brillo inicial dibujado en el vidrio. Pero no, aún opaca esa imagen primogénita del ser protegido, será siempre nuestro acompañante y referente en la permanente disputa entre el ser o no ser.
Con inmensa ternura y una cierta vergüenza por la tragedia que les causamos a nuestras madres recordamos sus lágrimas, desesperación y angustias cuando en la construcción de nuestra liberación las inundamos de incertidumbres y quebramos sus certezas. Pero también nos invade un regocijo incalculable cuando vemos como nuestro ser liberado es aceptado y amorosamente vuelto a ser protegido por ellas, aún cuando ya seamos distintos.
Y de tanto amor recibido a veces el egoísmo nos invade y queremos que repitan el ciclo con nuestros hijos, sus nietos. En ese instante pareciera que borramos las enseñanzas del amor desprendido, pues no nos damos cuenta que ellas están también reiniciando un nuevo ciclo de liberación para ya no ser más, los seres emancipados de nuestros proyectos de vida. Por ello, la mejor forma de honrar a nuestras madres y de celebrar su día es ayudar ahora, a construir las bases para que ellas se liberen a si mismas del papel emancipado que les queremos asignar. Y es entonces, cuando el círculo virtuoso del amor, la protección, la emancipación y la liberación no se encuentran sus extremos, sino que adquieren dinamismo colectivo como una espiral en la cual todos juntos nos liberamos cada día.
Hoy madre, quiero darte las gracias por enseñarme que el amor es infinito y se construye a si mismo día a día, en permanente relación con la realidad y la reciprocidad de afectos.