Luis Bonilla-Molina

Para nuestra generación, el maestro y la maestra fueron la ventana abierta a la brisa fresca del conocimiento, la ciencia, ética y estética del mundo. Ir a la escuela era transitar por el arcoíris de lo nuevo, lo novedoso, las primeras crisis epistémicas y las derrotas de los dogmas.

Mi escuela pública, donde cursé de cuarto a sexto grado, era un espacio de reuniones, elaboración de pancartas y el tronar del multígrafo. Metidos en la burbuja de nuestras familias, poco sabíamos de luchas, sindicatos, justicia salarial, libertad sindical y condiciones de trabajo. Para nosotros, el maestro y la maestra lo tenían todo, si poseían el conocimiento deberían contar con todo lo que necesitaban.

Poco a poco, las clases de historia, moral y cívica y geografía nos permitieron conocer otra realidad que nos resultaba difícil de entender.  Conocer a Simón Rodríguez, leído desde la rebeldía y la resistencia, no desde el orden y la reproducción, nos permitió comenzar a entender muchas cosas. Una frase de Robinson sigue resonando en mi conciencia, desde esos años de la primaria: Un maestro no puede ser un simple que se deje mandar por los que gobiernan, ni un necio que se haga valer por el empleo.  Aún hoy, cada vez que le doy vuelta a esta idea me resulta cada vez más contestataria. Con mis maestros y maestras comencé a acercarme a la historia desde la perspectiva de los que luchan.

Un día, en quinto grado, traviesos y curiosos, entramos a la oficina de reproducción, un salón pequeño ubicado en la parte lateral trasera de la dirección el plantel. No estaba tronando el multígrafo manual, pero había hojas impresas ordenadas en anaqueles, tinta, esténciles, buriles y resmas de papel. La curiosidad nos ganó y tomamos una hoja de cada lote y salimos corriendo. Ahora éramos dueños de los secretos de los maestros, eso que ellos iban a buscar, guardaban en sus bolsos y no nos mostraban. Nos refugiamos detrás de la tarima para revisar nuestro tesoro. Resulta que los maestros estaban preparando una huelga y explicaban las razones; bajos salarios, falta de estabilidad, carencia de un contrato colectivo actualizado, pero también planteaban la necesidad de becas para estudiantes, dotación de la biblioteca, laboratorios y canchas deportivas y la necesidad de una educación que nos enseñara a pensar. Que sorpresa fue saber, que nuestras maestras, hermosas y pulcras y nuestros maestros serios y encorbatados, no vivían como creíamos y estaban dispuestos a luchar. Buscamos en el diccionario el significado de huelga, represión, libertad de cátedra y nuestro cerebro entró en caos. El mundo parecía muy diferente a lo que nos decían en casa y entendimos la profundidad de algunos comentarios sueltos en clase.

Los maestros y las maestras fueron a huelga y escuchábamos en la radio como les criticaban los voceros oficiales, las autoridades y algunos representantes nuestros. Decían que eran solo una minoría y nadie les respaldaba, pero la realidad era otra. Un día escuché en la emisora local a mi profesor, explicando la razón de su lucha y como estaban dándonos un ejemplo de ciudadanía, mientras el locutor lo acosaba con afirmaciones contrarias y comentarios poco respetuosos. Mi maestro, con mucho respeto le explicaba las razones y para mí lo logró maravillosamente. Esa tarde, traté de explicarle a mis padres las razones del conflicto magisterial y ellos me miraban incrédulos. Al final de la huelga lograron un pírrico aumento y otros beneficios y retomaron a las aulas. Con que alegría y orgullo volvimos al encuentro en las aulas, nuestros docentes eran como una especie de héroes que luchaban por la justicia.

Al iniciar el bachillerato, volvió la huelga de maestros y tres compañeros de clase regresamos a mi escuela primaria, pedimos hablar con el director y le planteamos que si tenía hojas impresas sobre la paralización de clases y que queríamos ayudarle a repartirlas. Nos fuimos con el morral cargado de comunicados, mariposas de propaganda y unos diez afiches.

Ya la televisión había llegado a casa y en esa huelga vimos como los gobernantes hablaban mal de los educadores porque estaban en huelga, pero no mencionaban nada de un aumento salarial. Vimos en televisión como algunas manifestaciones eran reprimidas y los noticieros no se cansaban de atacar a los maestros. Siempre había un burócrata gordo que decía que eran unos fracasados y que la mayoría de maestros estaban contra el paro, algo totalmente alejado de la realidad. Al final, algo se logró, pero al parecer los aumentos de salarios no lograban compensar la inflación.

Me impresionó mucho ver las imágenes de jubilados, maestros y maestras que habían entregado su vida a enseñar letras, cálculos, fechas, historia, lugares, ciencia, funcionamiento de aparatos y a pensar, teniendo que pelear un retiro digno.

De maestro, hicimos el recorrido, de delegados de base hasta integrante de federación sindical, ayudando a impulsar la base magisterial contra algo que aprendimos a reconocer: la burocracia sindical. Las huelgas de finales de los ochenta plantearon que esta situación solo podría cambiar cuando llegara el socialismo, mientras que en la de inicio de 1992 circulaban panfletos de militares que hablaban de una insurrección que permitiera cambiar la situación de maestros y maestras.

El cambio que se inició a comienzos de siglo, siempre tuvo una relación incómoda con el magisterio, tal vez porque muchas organizaciones sindicales participaron en las movilizaciones previas al golpe de Estado de 2002. No hubo huelgas nacionales el magisterio desde ese momento hasta 2022. Pero al menos hasta 2012 los aumentos salariales se dieron para el magisterio.

Siempre criticamos a la socialdemocracia, por su papel anti clase trabajadora, pero vimos con sorpresa la defensa que hizo una de sus representantes gubernamentales en Alemania, respecto a los aumentos de salario en primer orden para maestros y maestras que formaban el talento social. Paradojas que es necesario analizar.  

Entre 2013 y 2015 fuimos testigos de como la inflación diluía el salario docente, dejándolo en términos prácticos en cero, sin que se pudiera proteger el salario en general, mucho menos el del docente. Luego vinieron las Medidas Coercitivas Unilaterales (MCU) que terminaron de pulverizar, ya no solo el salario sino las condiciones de trabajo de los y las trabajadoras de la educación.

Los jubilados y pensionados, con salarios por debajo de los diez dólares mensuales y pensiones de cinco dólares fueron los primeros en salir a las calles en el año 2022, lográndose generar una primavera magisterial en las calles que mostraba que nuevamente maestras y maestras estaban retomando la lucha en las calles, Y cuando los educadores luchan se diluyen las fronteras ideológicas y los intereses de clase se colocan en primer orden. Casi 700 días después de iniciarse la lucha de los maestros no se ha logrado un aumento salarial. Ser docente jubilado hoy es todo un drama social y laboral.

A finales de 2023 se anunció la liberalización del bloqueo económico norteamericano respecto a la producción de petróleo, hierro, oro y las riquezas minerales del país, que implican por lo menos 10 mil millones de dólares de ingresos adicionales al país en 2024. ¿Cuánto de eso estará destinado a la justicia salarial?

El año 2024, se celebra en Venezuela el día del maestro, con paros y movilizaciones exigiendo justicia salarial. Con un salario mínimo mensual de tres dólares, salarios docentes entre diez y setenta dólares mensuales, es hora de colocar al magisterio en el centro de cualquier estrategia de soberanía cognitiva e independencia nacional.

Cincuenta años después, de haber entrado nuestra generación en conciencia sobre la necesidad de dignificar la labor docente, la lucha continua. Ya va siendo hora, que la sociedad y el gobierno garantice a maestros y maestras, profesoras y profesoras, el salario y las condiciones de trabajo que su alta misión requiere.

Es hora que toda la sociedad se una alrededor del maestro y la maestra, de la escuela y universidad, reivindicando que sin justicia salarial no hay educación pública que se sostenga en el tiempo.  El futuro es hoy