Folklore campesino, versión recogida por Luis Bonilla-Molina

 

Vagaba una manada de zamuros hambrientos en busca de comida. Hacía ya más de cinco días que el alimento escaseaba. Todos afinaban la mirada. De pronto avistaron un burro tirado al lado del río. Descendieron a las matas de naranjo y luego sobre los arbustos de café.

No había tiempo que perder, la mirada ya estaba nublada y las piernas flaqueaban producto del hambre. Uno a uno, los buitres silvestres se fueron acercando al animal que yacía tendido en un lecho de hojas secas. Todos comenzaron a hacer el despistaje para verificar que el animal estuviera muerto. Aleteaban con fuerza y se acercaban saltando, haciendo ruido, como una forma de verificar si el animal aún vivía y se movía. El burro permanecía inmóvil, inmutable ante los graznidos de los carroñeros.

Uno de los chulos tomo aliento y emprendió una veloz carrera, saltando sobre la barriga del animal y deteniéndose unos metros después. El burro continuaba inerte. Otro de los gallinazos carroñeros se paró sobre una de las patas traseras del animal, sin que éste hiciera movimiento alguno. La permanencia del ave en una de las extremidades del animal inquietó al resto de la manada, pues era mucha el hambre, numerosas las bocas y muy poca la comida.

Otra de las aves negras tomo viaje para iniciar la faena de destrozar el cuerpo del burro. La manada se dispuso a comer. Uno de los zopilotes negros más jóvenes decidió adelantarse a la manada y lanzó el primer picotazo, penetrando con el pico las partes blandas del trasero del animal. Para sorpresa de todos, el burro emitió un relinche que retumbó hasta la Patagonia y el polo norte. Los jotes de cabeza negra huyeron despavoridos. Algunos de ellos, en su afán por escapar, se estrellaron contra las matas de guamo.

El burro aún sin levantarse seguía relinchando e intentando lanzar patadas. El zamuro que había tomado la iniciativa permanecía con el pico atrapado en el ano del animal. En la medida que emitía sus quejidos, el burro apretaba más y más su orificio anal. Apretaba y apretaba, mientras el zopilote se quedaba cada vez con menos aliento; apenas si ya podía aletear el pobre pajarraco. El burro seguía apretando y apretando. Y ya cuando todo parecía perdido para el ave carroñera, el burro exhaló unos gases expulsando a unos metros de distancia.

Trastabillando el ave corrió hacia los arbustos porque no tenía fuerzas para emprender el vuelo. En lo alto del bosque, entre las ramas, el resto de la manda lo miraba expectante.  Había que escapar de la mirada del burro antes que este terminará de ponerse en sus cuatro patas. Al llegar al bosque, el ave que había sufrido el infortunio, jadeante pero ya a salvo, sentía la mirada de todos sus colegas. Alzó su cabeza y les gritó:

Lo digo y lo juro. Desde ahora y hasta el fin de los tiempos; Mientras yo sea zamuro, primero pico el ojo que el culo