(Artículo exclusivo para la Revista Síntesis)
El dialogo como realización de la política
Para los ricos, los poderosos, la política es el arte de engañar para mantenerse en el poder, no solo explotando a los trabajadores asalariados y oprimiendo al conjunto de la sociedad, sino haciendo que el pueblo se sienta feliz de ser dominado; para ello han construido frases subalternas a ese modo de pensar, actuar y controlar como: «póngame donde hay plata» que hace de la corrupción una práctica inmanente a la cultura capitalista. Para las mentalidades totalitarias, entre las cuales ubicamos al fascismo y al estalinismo, la política es el arte de reducir al contrario a su mínima expresión para mantenerse tranquilamente en el poder, manipulando el discurso y los hechos. Para el socialismo libertario la política es el arte de hacer posible lo imposible construyendo consensos que permitan -a pesar de las diferencias- seguir labrando un horizonte de mayores libertades y derechos humanos. Para el ciudadano común y corriente, que no profundiza en las meta teorías de las ciencias políticas, una expresión sintetiza su noción de la política: «hablando se entiende la gente»
En consecuencia el diálogo emerge como la autentica realización de la política que construye un mundo mejor, ese otro mundo posible, en el cuál las dinámicas societales se transforman día a día. Es imposible hablar de política en un sentido positivo, humano, transformador, sin considerar que el diálogo está en el centro de su accionar. Por ello, cuando se rompe el diálogo no gana uno u otro, sino la anti política. Y la anti política en la medida que crece, puede llegar a convertirse en mayoría silenciosa, en opción invernando, que puede posibilitar el surgimiento de otras representaciones
Políticas con teleologías difusas.
La polarización política demanda unas características dialógicas especiales, para evitar caer en la tentación de considerar que la «razón política» está en un lugar y, la opción que tiene la otra parte es obedecer o entregar el poder. La polarización no es buena o mala, es el reflejo de la correlación de fuerzas existentes en una sociedad en un momento histórico. La polarización sin diálogo empuja a las sociedades a ciclos interminables de conflictos; convierte a la calle, la oficina, la casa, en terreno de combates. La polarización puede significar lucha de clases o disputas no resueltas por el poder; en el segundo de los casos tiende a dilucidarse en el plano de los acuerdos económicos, mientras que en el primero está asociada al control de la producción y los mecanismos de distribución de las riquezas.
El diálogo en la lucha de clases y en el marco de la hegemonía del neoliberalismo capitalista del siglo XXI, demanda la adecuada identificación de intereses, discursos, representaciones y definiciones respecto a las políticas públicas que dicen defender cada uno de los factores polarizados. El encubrimiento de este debate hace que sectores de los explotados, se alineen con una u otra opción por cuestiones emocionales o de propaganda, que no resuelven la disputa de fondo, sino la prolongan. El tema de las políticas sociales, la protección del mundo del trabajo respecto a la voracidad del capital, la definiciones sobre mecanismos de auditoría de la deuda pública (externa e interna), la transparencia en el ejercicio del gobierno y sobre la participación de las mayorías en la decisiones de lo público, se convierten en pilares de una agenda de diálogo de cara a la gente, a los ciudadanos, más allá de los «liderazgos polarizados». Solo de esta forma se puede superar la militancia política desclasada y entonces el diálogo puede adquirir una perspectiva de identidad con los intereses, ya sea de las mayorías o de las minorías.
«Dialogar» como táctica para mantener el conflicto, procurando allanar el camino para construir una situación que permita una ruptura totalitaria para imponerse, es una estratagema de «patas cortas». La concreción de dialogo requiere unos rituales previos de generación de confianza mínima que son fácilmente identificables cuando no existe disposición a distensionar. El peor favor que se puede hacer a una solución negociada de cualquier conflicto resultante de la polarización, está en el fingir voluntad de dialogo. El amague del diálogo hace más difícil las posibilidades de construcción consenso en el futuro.
Dialogar no significa claudicar. Los sectores extremistas polarizados construyen nichos de «poder» desde una supuesta radicalidad, que en realidad esconde una mirada totalitaria de la política. Pero dialogar es también un acto de responsabilidad, que implica asumirla con los datos de la realidad y la información científica validada que sustente una u otra posición. Dialogar en una perspectiva revolucionaria y ciudadana implica buscar canales, mecanismos y formas de abrir caminos para que las políticas de interés colectivo puedan no solo abrirse paso sino concretarse, lo cual constituye el fin último de la política. Dialogar es un acto revolucionario de reivindicación del ser humano, del hombre, de la naturaleza progresista de la humanidad.
Los procesos del diálogo
¿Quién dialoga? Dialogar implica construir consensos primero en los universos polarizados. El primer ejercicio de dialogo se hace al interior de cada uno de los campos encontrados. La calidad, transparencia y carácter incluyente de estos procesos internos favorece la apertura a una lógica de escuchar y construye un cierto «sentido común» respecto a cómo manejar las diferencias. Construir acuerdos para ir a dialogar no significa hacer un listado de aquello que se demandará al otro; implica un esfuerzo de construir una síntesis de opiniones pensando en cómo las valorara el otro con quien se dialoga. La capacidad de escuchar, sintetizar y construir acuerdos mínimos perfila las vocerías. Los extremos se juntan en la disposición para obstruir el autentico dialogo. Quienes expresan la posibilidad de dialogo no son los extremos, sino en el centro. Dialogan los que pueden y quieren construir centro político en una situación de disputa abierta, de polarización que expresa un conflicto no resuelto.
¿Para qué se dialoga? Dialogar implica reconocer un camino, un recorrido pero estar dispuestos a construir uno nuevo que no niegue lo anterior, que incorpore elementos de la visión del otro. En una sociedad polarizada este camino en común se construye a partir de las coincidencias, sin que ello pretenda ocultar o borrar las tensiones de formas antagónicas de ver el mundo. Ello solo es posible si creamos una cultura de la tolerancia en la diferencia, de encuentro en la diversidad, del aprender a vivir juntos y a convivir. Dialogar no implica abandonar las banderas, los sueños, las utopía, ni las luchas; significa reconocer el contexto real en el cual estas se desarrollan. Se dialoga para evitar enfrentamientos violentos, para prevenir el caos, para conjurar el riesgo de una guerra civil.
¿Cómo se dialoga? Dialogar significa cultivar el arte de escuchar. No se trata de una escucha sumisa, sino de un oír con la plena conciencia que da el auto reconocerse como un sujeto político en la lucha de clases. Se dialoga porque se tiene conciencia que no sólo existen resistencias por desconocimiento al punto de vista que defendemos e impulsamos, sino que el «otro» quiere un mundo distinto al nuestro. Se dialoga porque se tiene conciencia respecto a que existen correlaciones de fuerzas en la sociedad que le imponen un ritmo o dirección distinta a la que «yo» quisiera, y que solo conversando se pueden derribar falsas premisas que construyen barreras infranqueables. Se dialoga sabiendo cuántos somos, que queremos pero también que desean los otros y cuantos le acompañan. A partir de ello, poco a poco, hacemos un inventario de las diferencias y construimos consensos a partir de las coincidencias, sabiendo que cualquier rumbo que se tome resultante del consenso debe contar con el apoyo de las mayorías ciudadanas. Finalmente saber que el consenso tiene un presente permanente, es decir debe reelaborarse a diario, por lo cual el dialogo no es solo un momento sino una cultura social emergente.
¿Donde se dialoga? Se dialoga con la disposición de estar en el terreno del otro no solo en el propio. Así cualquier decisión que se pretenda consensuar debe valorarse en sus implicaciones para la gente, para el ciudadano. El consenso tiene un territorio especial en el barrio, la vecindad, el campo, la fabrica, la escuela, la universidad. Es decir no hay consenso posible sin una adecuada caracterización del territorio donde se aplica y las tensiones que allí se generarán como resultado de esta decisión.
¿Qué hacer con los resultados del diálogo? En sociedades tan desiguales como las latinoamericanas, el dialogo no es solo para aprender a caminar juntos como una abstracción. Dialogar es una ruta para construir sociedades con una agenda social mucha más fuerte por parte del Estado, para construir justicia social y para hacer de la democracia un hecho cotidiano. Solo así se podrá erradicar el autentico origen de todo conflicto social, las desigualdades en el acceso a los bienes, servicios y derechos ciudadanos. Dialogar es un camino para la construcción de sociedades de igualdad de derechos y deberes, a partir de un mañana con igualdad de orígenes.
¿La Asamblea Nacional Constituyente (ANC) contribuye al dialogo? La ANC es una instancia política para reelaborar el contrato social. En consecuencia es el máximo escenario posible para dialogar. La ANC tiene el desafío de abrir canales, escuchar e incorporar las ideas y visiones incluso de aquellos ciudadanos que por una u otra causa no participaron en la elección de sus diputados constituyentes. La ANC tiene el deber de expresar el clamor de la mayoría de la población que quiere continuar construyendo un Estado no dependiente del imperialismo, pero en un marco de paz. Y eso demanda un enorme esfuerzo de inteligencia política, para seguir tensionando el marco jurídico, para que la nueva carta Magna exprese el futuro que deseamos, sin que ello implique una exclusión para quienes quieren volver y mantenerse en el pasado. La ANC es el escenario para la transformación del marco jurídico en paz, con diálogo e inclusión. Que nadie quede fuera de este esfuerzo.
Caracas, Julio de 2017